Yiya Murano: La Asesina del Veneno que Aterrorizó Buenos Aires
En los anales del crimen argentino, pocos nombres generan tanto escalofrío como el de María de las Mercedes Murano, conocida como “Yiya” Murano. Esta mujer de apariencia refinada y modales aristocráticos escondía un secreto oscuro que la convertiría en una de las asesinatoras seriales más perturbadoras de la historia criminal sudamericana. Su caso representa un fascinante estudio de psicología criminal que combina todos los elementos que atrapan a los lectores de novela negra: engaño, manipulación, muerte silenciosa y una protagonista que desafía todos los estereotipos del mal.
El Perfil de una Asesina Improbable
Yiya Murano nació en 1930 en el seno de una familia acomodada de Buenos Aires. Su vida transcurría en los círculos sociales más elegantes de la capital argentina, donde se la conocía por su belleza, su educación impecable y sus conexiones con la alta sociedad porteña. Profesionalmente, se desempeñaba como astróloga, una actividad que le permitía acceder a círculos íntimos de personas vulnerables que buscaban en ella orientación y consuelo. Esta fachada de normalidad y respetabilidad social es precisamente lo que hace su historia tan inquietante para quienes amamos los thrillers psicológicos.
A diferencia de los criminales violentos que protagonizan tantas historias policiales, Murano representaba el arquetipo de la asesina silenciosa. No había sangre, no había violencia visible, no había escenas brutales que alertaran a las autoridades. Su método era el veneno, específicamente el cianuro, una elección que revela tanto su frialdad calculadora como su necesidad de mantener las apariencias. El veneno ha sido históricamente el arma preferida de aquellos asesinos que operan desde la cercanía y la confianza, y Yiya dominaba este arte macabro con aterradora precisión.
Los Crímenes que Conmocionaron a la Argentina
La cadena de muertes que rodeó a Yiya Murano comenzó a tejer su trama siniestra durante la década de 1960 y principios de los años 70. Su primera víctima comprobada fue Nilda Gamba, una amiga cercana que falleció en circunstancias que inicialmente parecieron naturales. Este es un patrón clásico en los casos de envenenamiento serial: las muertes pasan desapercibidas porque imitan condiciones médicas comunes, y el asesino va ganando confianza con cada éxito.
Pero el caso que finalmente desenmascaró a esta asesina elegante fue el asesinato de las hermanas Monzón, Nora y Nilda, ocurrido en 1979. Estas mujeres, que también formaban parte de su círculo social, murieron tras consumir alimentos envenenados que Yiya les había preparado personalmente. La frialdad con la que ejecutó estos crímenes es escalofriante: preparó tortas caseras mezcladas con cianuro, compartió momentos de aparente amistad con sus víctimas, y luego las observó morir.
La investigación policial reveló un aspecto que hace de este caso un verdadero enigma criminológico digno de cualquier novela de suspense. Las motivaciones de Murano eran múltiples y complejas: en algunos casos buscaba beneficios económicos a través de herencias o propiedades, pero en otros el móvil parecía ser puramente psicológico. Los investigadores descubrieron que disfrutaba del poder que ejercía sobre la vida y la muerte de sus víctimas, una característica típica de los asesinos seriales con rasgos psicopáticos.
El Juicio que Paralizó a Buenos Aires
El proceso judicial contra Yiya Murano comenzó en 1985 y capturó la atención no solo de Argentina sino de toda Latinoamérica. Los medios de comunicación cubrían cada detalle del caso con obsesiva fascinación. Aquí estaba una mujer que desafiaba todas las expectativas sociales sobre quién podía ser un monstruo. No era una marginada, no provenía de un entorno violento, no mostraba señales externas de perturbación mental. Era, en apariencia, una dama de sociedad.
Durante el juicio, los fiscales presentaron evidencia devastadora. Las autopsias de las víctimas revelaron niveles letales de cianuro en sus cuerpos. Los testimonios de conocidos pintaron el retrato de una mujer manipuladora que había cultivado relaciones durante años antes de atacar. La pericia psiquiátrica intentó desentrañar la mente de esta asesina, revelando una personalidad narcisista con ausencia total de empatía y remordimiento.
Yiya Murano fue condenada a prisión perpetua por el asesinato de las hermanas Monzón, aunque se sospecha que pudo haber sido responsable de muchas más muertes. Algunos investigadores estiman que el número real de sus víctimas podría ascender a quince o más personas, todas ellas eliminadas con el mismo método silencioso y letal. Este aspecto no resuelto del caso añade un elemento de misterio que hace eco en los mejores thrillers criminales.
La Psicología de una Envenenadora Serial
Para los amantes de los thrillers psicológicos, el caso Murano ofrece un fascinante estudio de la mente criminal femenina. Los asesinos seriales mujeres son estadísticamente menos comunes que sus contrapartes masculinas, y cuando existen, suelen operar de manera diferente. Mientras que los asesinos seriales hombres tienden hacia la violencia física y sexual, las mujeres asesinas frecuentemente eligen métodos más sutiles como el envenenamiento, y sus víctimas suelen ser personas cercanas a ellas.
Yiya Murano exhibía características clásicas de una personalidad psicópata: encanto superficial, falta de remordimiento, manipulación experta y una visión instrumental de las personas como objetos para su uso. Sin embargo, también mostraba rasgos únicos que hacen su perfil particularmente intrigante. Su uso de la astrología como herramienta de acercamiento a las víctimas revela una comprensión sofisticada de las vulnerabilidades humanas. Sabía cómo ganarse la confianza de personas solitarias o en crisis, cómo presentarse como una figura de sabiduría y consuelo, y luego cómo explotar esa confianza de la manera más letal posible.
Los expertos que estudiaron su caso notaron algo particularmente escalofriante: Murano parecía disfrutar no solo del acto de matar, sino del período anterior al crimen. Cultivaba relaciones, se hacía indispensable para sus víctimas, y aparentemente experimentaba una satisfacción perversa en saber que podía controlar el destino de estas personas. Este elemento de premeditación prolongada y el placer derivado del engaño añaden capas de complejidad psicológica que rivalizan con los mejores villanos de la ficción criminal.
El Legado Criminal de Yiya Murano
Yiya Murano murió en prisión en 2014, a los 84 años, llevándose consigo muchos secretos. Nunca mostró arrepentimiento genuino por sus crímenes, y hasta el final mantuvo una actitud de altivez que desconcertaba tanto a sus carceleros como a los psicólogos que la estudiaban. Su caso dejó una marca indeleble en la criminología argentina y continúa siendo objeto de estudio en cursos de psicología forense y criminal.
Para los escritores y lectores de novela negra, el caso Murano ofrece todos los elementos de una historia perfecta: una protagonista compleja y perturbadora, crímenes ejecutados con frialdad calculada, un misterio que se desentraña lentamente, y preguntas profundas sobre la naturaleza del mal. ¿Qué impulsa a una persona aparentemente normal a convertirse en un depredador serial? ¿Cómo puede alguien mantener una doble vida tan convincente durante tanto tiempo? ¿Qué nos dice sobre la sociedad el hecho de que tantas víctimas pasaran desapercibidas simplemente porque el asesino no encajaba en nuestros estereotipos?
Lecciones para los Amantes del Género Negro
El caso de Yiya Murano nos recuerda que la realidad a menudo supera a la ficción en términos de complejidad y horror. Los mejores thrillers psicológicos y novelas policiales capturan esta verdad: el mal rara vez se presenta con cuernos y cola. Se viste con ropa elegante, sonríe con encanto, ofrece torta casera y té, y te mira a los ojos mientras planea tu muerte.
Esta historia real demuestra por qué el género criminal sigue fascinando a millones de lectores en todo el mundo. No se trata solo de resolver un misterio o atrapar a un criminal. Se trata de asomarse al abismo de la condición humana, de entender cómo la maldad puede esconderse detrás de las máscaras más respetables, y de confrontar la inquietante verdad de que los monstruos no siempre son fáciles de identificar.
Para aquellos que escribimos y leemos novelas de crimen, casos como el de Yiya Murano son más que entretenimiento morboso. Son estudios de la naturaleza humana en su expresión más oscura, recordatorios de que la verdad puede ser más extraña y aterradora que cualquier ficción, y evidencia de que la realidad continúa proporcionando las historias más escalofriantes de todas.

